Copio en forma inconsciente. Aunque de manera pretenciosa le haya estampado rápidamente mi firma
a algo, no puedo pensar por ello que sea autor y propietario único de lo producido. La creatividad debe tener niveles que no llegan al absoluto (por eso de que “todos copiamos a algo o alguien”) pero en mi caso no puedo evitar sentir que cada cosa que hago la he visto antes en otras manos, aún cuando la mayoría de las veces no encuentro a quien está refiriéndome la memoria.
“Nada habrá que antes no haya habido; nada se hará que antes no haya sido hecho. ¡Nada hay nuevo en este mundo!”
Esta debería ser la sentencia que adormezca definitivamente mi inquietud por buscar al paralelo que produce estas ideas. Por supuesto, existe la “influencia”; y amparado en mi ignorancia, podría asirme de este término para justificar mis plagios involuntarios, pero mi conciencia reniega de este recurso y me lleva a prolongados ejercicios sin conclusión cabal tratando de conocer su identidad.
Puedo suponer, desde luego, que no se trata de uno solo. Podría buscar, como primer ejercicio, un referente para cada actividad realizada. Buscar el prototipo en la música, en la arquitectura, en las letras, mirando solamente rasgos generales en los hechos comparados. Si trato de hacer una comparación más detallada, el ejercicio se complica enseguida al encontrar decenas de afluentes en cada rama, y más aún al momento de reconocer antagonistas reclamando la autoría de las mismas obras.
“Nunca faltará quien diga: ‘¡Esto si que es algo nuevo!’ Pero aún eso ya ha existido siglos antes de nosotros”
¿Este collage de intenciones creativas alcanza para justificar la proclamación de algo realmente novedoso? Seguramente no. Si he podido resumir dos posturas tan diferentes, es también posible que alguien más lo haya hecho, aún presentando los mismos encuentros bizarros de personalidades.
Debo replantear mi búsqueda. Puedo partir entonces reconociendo las formas en lo creado. Tanto las que están en lo enunciado como en la estructura de los párrafos, en las líneas y aristas como en los espacios, en las escalas como en los acentos; todo responde a un patrón íntimamente conocido que solo me falta asociarlo con alguien en concreto. ¿Pero quién? No consigo reconocerlo (si acaso en algún momento lo conocí), aunque pareciera estar tan fresco en mi memoria, por la reiterada apelación a sus recursos, por la facilidad que encuentro para copiarlo… pero es en vano y tampoco funciona el camino inverso que trata de develar el momento en que la forma aún invisible se implanta en la cabeza, inquiriendo atrás en el tiempo los modos en que puede haberse gestado, así como los lugares donde pudo haber sido adquirida. Su sustancia una vez más se rompe en fragmentos tan diversos que es posible asociarlos a múltiples y contradictorios orígenes.
Al final, luego de agotar los pasillos del espiral arquitectónico del pensamiento y del universo, desisto en mi tarea de identificar al espíritu afín a mis balbuceos, porque en sus infinitos corredores un reflejo me hace caer en cuenta de que, más allá de cualquier influencia, las apelaciones y referencias que me saben más conocidas se deben a que he estado copiándome a mi mismo.
Cursivas: Palabras del Rey Salomón, Libro de Eclesiastés – La Biblia.
Imagen: Lada Adamic - Hand Reflection